Hubo una época en que el Barrio Obrero fue una fiesta. Fue una ráfaga, uno pocos años, en el que el esplendor del barrio de mi infancia despidió una magia irrepetible.
Estaban los bailes de la esquina, con orquestas de tango y los costados cubiertos con arpillera.
Estaba la peluquería del Gordo Tortorelli y su bandoneón, que reunía a la flor y la nata del talento musical carlotense. Ahí ensayaban todos los grupos tangueros y folklóricos que se formaban en ese lugar, cuando la tijera, la máquina y el Glostora del Gordo se tomaban un descanso.
Estaba el Oscar Vergara, un dibujantazo increíble, cuya bohemia le impidió concretar su sueño de publicar en las revistas de historietas primero, y de exponer sus pinturas en cualquier lugar del mundo después. Yo era un asiduo visitante a su taller del conventillo de Allemandi: un poco por verlo dibujar, y otro poco por el olor a tinta que despedía su taller casero de serigrafía (con el tiempo ingresé a tres grupos de autoayuda para superar esa adicción...).
Y también estaba la cuadra de la panadería del Cholo, mi viejo, que reunía a toda nuestra barra del Barrio Obrero y sus aledaños (seríamos unos diez o doce, en total).
Empezábamos a juntarnos a eso de las nueve de la noche y se acababa todo a las tres de la mañana, cuando Cholo se levantaba para hacer el pan. ¡Y esa rutina era de lunes a viernes, todo el año!
Las excusas para juntarse podían ser un asado, una cabeza de vaca al horno, interminables sesiones de truco y mosca, la planificación del equipo de Sportivo Barrio Obrero -que integrábamos todos nosotros- con el que jugábamos torneos relámpagos o campeonatos comerciales, o para despuntar nuestra máxima debilidad: cantar folklore.
Pero hoy quería contar otra de nuestras múltiples facetas, surgida también en esos trasnoches de la cuadra: los cuatro años que formamos para el tiempo de los carnavales nuestra murga "Villa Pendorcho".
Cuando aparecía la murga "Villa Pendorcho" se ponían en marcha todas las expresiones artísticas de nuestro grupo de amigos: la música, la escenografía, la sátira, el humor y la actuación.
Sobre un acoplado tirado por un tractor, todas las noches de los Corsos carlotenses hacíamos una rutina distinta. Y cada siesta -con la resaca a cuestas del baile de la noche anterior- desarmábamos y armábamos lo que mostraríamos esa noche, desde una imitación de los almuerzos de Mirtha, otra de Titanes en el Ring, hasta la sátira de una comparsa correntina.
Villa Pendorcho estaba formado por mi hermano Cacho y yo –Cacho era el líder del grupo y obviamente siempre se reservaba los mejores papeles-, Manguera Fachini, el Gringo y Pucho Funes, Fino Pereyra, Juan Palacios, Gruño y Cucuna Rosales, Caloto Villalba, Topo Fonseca, Berto y Carlos Coria, Adrián Gauna y el Héctor Campos, más algún otro que me olvido... La mascota, por supuesto, era el Zurdo Castagno.
Los hits de Villa Pendorcho
La Fábrica de Embutidos. Creamos una gigantesca máquina, donde por una punta introducíamos los perros reales –mascotas traídas especialmente de nuestras casas- y por la otra iban apareciendo enormes chorizos -ficticios-. Fue una noche inolvidable, especialmente para Fino Pereyra, que en el quilombo perdió a "Luzbel", su cachorro de manto negro.
* La parodia de "Titanes en el Ring" fue un exitazo histórico de Villa Pendorcho. Cacho había traido de la farmacia donde trabajaba decenas de vendas Nº 5 para componer "La Momia", yo tenía un rol secundario -El Cavernícola- y peleaba contra Mercenario Joe -Berto Coria-, que me levantaba por los aires y me revoleaba fuera del acoplado, haciéndome caer entre las mesas. ¡Y la escena había que repetirla en cada vuelta frente al jurado!
Con el tiempo me avivé que lo de Coria no era actuación: en realidad estaba haciendo catarsis porque yo le había quitado el puesto en Sportivo Barrio Obrero...
Casi siempre improvisábamos sobre la marcha y todo terminaba distinto -o sea, peor- a como lo habíamos planificado:
* En "Pulpería La Gauchada", alguien introdujo una bota de vino... repleta de caña quemada. Lógicamente, un duelo criollo, con facones de verdad, manejados por dos alcoholizados, terminó de la peor manera: con mi hermano en el hospital con 16 puntos de sutura en el brazo…
* En la sátira de Almorzando con Mirtha Legrand, el Gringo Funes -un avanzado en eso de hacer participar al público en los espectáculos- empezó a tiras ollas repletas de fideos sobre la gente que estaba alrededor. Por supuesto que el voto de la gente no lo íbamos a tener ni en pedo.
* Fábrica de Pastas "La Sucia". Era la sátira de la conocida fábrica de pastas local "La Suiza". Cargamos sobre el acoplado varios elementos panaderiles -amasadora, tablones, etc.- y jugábamos con la masa.
El problema fue que se nos ocurrió robarle una bolsa de cincuenta kilos de harina a mi viejo, y con un compresor gigante desparramamos el blanco producto del trigo por todo el corso, incidente por el que un jurado carente del sentido del humor nos privó de llevarnos ese año el primer premio...
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Y este recorrido nostálgico llega a su fin. Si alguno pensó que terminaría esta nota con algo parecido a “¡Diversiones sanas eran las de antes!”, lamento defraudarlo: a la hora de pasar por la vida cagándose de risa, lo mejor siempre está por venir…
JERICLES
11.4.07
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