Jericles y los delirantes del barrio obrero
by zurdo
Jericles acomodo su cuerpo indescifrable una vez mas y levanto una copa en señal de conquista, estaba venciendo al miedo, a la tristeza inalterable del barrio, al pesado mandato de la moral judeo-cristiana, y los estaba venciendo con armas nobles. Esa noche yo tenía 7 años y durante todos estos años es un recuerdo que frecuento a menudo. El día anterior habíamos sido parte de algún delirio al que seguramente deben haber llamado “Gran campeonato relámpago” o quizás un partido amistoso con otro grupo igual de delirantes y soñadores, contra el “barrio obrero”. Habíamos perdido con todas las divisiones, por que además de amargos estos delirantes tenían menores, juniors y mayores, y los locos estos nos entregaban medallas... delirantes!, habíamos perdido vergonzosamente y estos tarados nos daban medallas, delirantes de mierda!, Jericles, el “flaco” Faccini, el “John” Palacios, el “cacho” García, todos ellos unos delirantes.
Se paro sobre un tablón y empezó a fluir, sus manos eran pájaros rebeldes que festejaban la edad joven, su encorvada humildad no conjugaba con el “afroobrerolook”, pero le hacia honor a su lucha, era un digno oponente del olvido, todos quedábamos prendados cuando hablaba Jericles. En la cancha cultivaba una técnica transgresora que lo hacia acreedor de comentarios diversos, que trataré de obviar por que en realidad no vienen al caso, aunque en voz baja se comentaba que el “Elder”,(como lo nombran los mas cercanos), era el que organizaba todo el circo, así que ¿cómo no iba a jugar?. En la vida, sus alas mágicas lo llevaban por recónditos lugares del universo y lo dejaban manso sobre el hinojo del baldío, listo para hablar de Proust, de Piazzolla, o de la lista de precios de la farmacia de “Zingaretti”.
“Esta noche quiero felicitarlos por que uds. han demostrado que... bla, bla, bla, y están aprendiendo que en la vida los hombres... bla, bla, bla, perdimos por menos goles que la otra vez, entonces es un gran triunfo por que si lo piensan de este modo... bla, bla, bla, por eso la gente del “barrio obrero”, ¿qué gente?, já, los mismos delirante de mas arriba, el “cacho”, el “John” , el “gruño”, todos esos... les van a hacer entrega de una medalla!, y todos aplaudíamos el milagro de estar juntos, en la cuadra donde los “garcía” pronto encenderán el horno, del cual saldrán los panes, que llevarán aroma y sustancia para el cansancio y el hambre de los obreros del barrio.
Así es que a los 7 años además de ganar mi primer medalla, seguramente, y descartando la posibilidad de que no estoy en este mundo de rebote, también fue mi primer situación paradojal, por que habíamos perdido y nos estaban dando medallas de triunfo, no les dije yo que estos chavales estaban bien chiflados.
Muchos años despues, la línea que separa el triunfo de la derrota, sigue siendo para mi una paradoja, un brutal engaño a las pasiones.
Muchos años despues sabría que el delirio y la imaginación cuando encuentran conchavo son armas mortales para lo establecido.
Jericles y esa manga de delirantes nos estaban enseñando a manotear momentos felices de la vida, que son pocos. Estos delirantes sabían como inventarlos si el barrio estaba escaso de alegrías.
“Cantemos, que cantando se va el miedo”, dijo Jericles en la absoluta obscuridad de una calle de los arrabales, una que llevaba al “barrio nuevo”. Los perros ladraban a la melancolia y nosotros cantábamos obladí-obladá de los “Beatles”, pero la letra decía, “barriobre, barriobre, barriobreeeroooo... la,la,la,la,la,laa,laaaaaa...
Gracias, gracias, gracias mil a todos esos delirantes, por que sin ellos hoy no sabría como escribir canciones.
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